En mis seminarios, suelo poner a los asistentes retos imposibles. Casi en la totalidad de los casos, (al menos quienes están despiertos) suelen reírse de mis propuestas. Es la primera reacción. Los abnegados asistentes no pasan directamente al lanzamiento de objetos contra el conferencista debido a cierto respeto que les imprime el hecho de que alguien me esté pagando por hacer lo que hago, con lo cual optan por darme una oportunidad extra. Yo les pido que por un momento se propongan lograr lo imposible. Que se imaginen que lo que les propongo SI se puede hacer. Entonces, tímidamente al principio, alguien sugiere alguna idea. Risas. Yo tomo la idea y la apoyo. Alguien sugiere otra idea… El resto es imparable.
Sin embargo hay que utilizar de manera adecuada esta herramienta. Por que, hay que admitirlo, la pregunta ¿Y por qué no?, es una invitación a explayarse enumerando la posiblemente enorme cantidad de razones por las cuales algo no se puede hacer. Y en eso somos buenos.
Yo me refiero a esa frase, como descuidada, como retadora, como irresponsable que utilizamos cuando deseamos despojarnos de prejuicios: ¿Y por qué no? ¿La escucharon (imaginariamente) con un tono diferente?
Escuché que el director creativo del Circo del Sol tiene impreso en su escritorio: ¿Qué cosa imposible voy a hacer hoy?
Este señor es, evidentemente, un usuario del pasaporte creativo. Sabe perfectamente subir los hombros, despreocuparse por lo iluso que pueda parecer un objetivo, y preguntarse: bueno… y ¿Por qué no?